Por Alfonso Ortiz
Introducción
El sufrimiento es una experiencia común en la vida humana, y la Biblia no nos oculta esta realidad. Sin embargo, a través de las Escrituras, entendemos que el sufrimiento tiene un propósito en el plan de Dios. Sin embargo, no estamos destinados a ser víctimas de nuestras circunstancias. Dios nos llama a reinar en medio del sufrimiento, no por nuestra fuerza, sino a través de la abundancia del evangelio de la gracia.
Aunque Cristo quitó el pecado para siempre y nos dio la esperanza de la vida eterna, el cuerpo humano sigue sujeto a las debilidades y deseos engañosos heredados de Adán y Eva. Estas debilidades a menudo son fuente de sufrimiento, pero a la vez, Dios utiliza este sufrimiento como una herramienta para fortalecer nuestra confianza en Él y moldearnos a la imagen de Cristo.
Nos proporciona la oportunidad de poner en práctica el amor y los frutos del Espíritu Santo, además de moldear nuestro carácter a la semejanza de Cristo.
El sufrimiento es más que una experiencia personal; es una oportunidad que Dios nos da para desarrollar un amor más profundo hacia los demás y para ser un canal de Su consuelo. A través de nuestras pruebas, Dios nos prepara para consolar a otros que están sufriendo, mostrándonos cómo extenderles el mismo amor y consuelo que hemos recibido de Él.
Uno de los mayores beneficios del sufrimiento es que nos permite identificarnos con las luchas de otras personas de una manera auténtica y sincera. Cuando pasamos por situaciones de dolor y prueba, comprendemos mejor el dolor de otros, lo que nos permite amarlos con un amor genuino y compasivo.
Hebreos 4:15: «Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.»
Este versículo destaca cómo Cristo, a través de Su sufrimiento y tentación, puede identificarse con nuestras debilidades. De la misma manera, cuando sufrimos, podemos identificarnos con las debilidades y dolores de otros, y esto nos permite amarlos y ministrarles de una manera más efectiva.
1 Corintios 12:26: «De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él; y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan.»
Aquí, Pablo describe la unidad del cuerpo de Cristo. Nuestro sufrimiento nos lleva a una profunda compasión y empatía por aquellos que también están sufriendo. Como miembros de un mismo cuerpo, compartimos los sufrimientos y alegrías, fortaleciendo nuestra conexión unos con otros.
Dios nos consuela en nuestras aflicciones para que podamos tambien consolar a otros con el mismo consuelo que hemos recibido. Este ciclo de consuelo no solo nos edifica a nosotros mismos, sino que también edifica a toda la comunidad de creyentes.
2 Corintios 1:3-4: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.»
Pablo explica aquí cómo el consuelo divino no es solo para nosotros, sino para ser compartido con otros. Nuestra capacidad de consolar a otros está directamente relacionada con nuestra experiencia del consuelo de Dios en nuestras propias tribulaciones.
Gálatas 6:2: «Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.»
Este mandato nos llama a sobrellevar las cargas de los demás, lo cual incluye consolar a los que sufren. Este acto de consuelo y apoyo es una expresión tangible del amor de Cristo en acción y cumple Su mandamiento de amarnos los unos a los otros.
El sufrimiento es una oportunidad para aprender a amar como Cristo. Él nos mostró el amor supremo a través de Su propio sufrimiento en la cruz, demostrando que el amor verdadero implica un sacrificio y una entrega.
Juan 13:34-35: «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros.»
Este amor no es un amor superficial, sino uno que está dispuesto a sufrir por el bien de otros. El sufrimiento nos enseña a sacrificar nuestras comodidades por el bienestar de nuestros hermanos y hermanas en Cristo.
El sufrimiento ablanda nuestros corazones y nos hace más misericordiosos hacia otros que están en medio de sus pruebas. Nos capacita para mostrar el carácter de Cristo a través de la compasión y el consuelo.
Mateo 5:7: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.»
La misericordia es un fruto que brota de un corazón que ha experimentado el sufrimiento. El sufrimiento nos enseña a ser misericordiosos porque nos hace conscientes de nuestra propia necesidad de la misericordia de Dios.
Romanos 12:15: «Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran.»
Este versículo destaca la importancia de empatizar con los demás. Cuando lloramos con los que lloran, mostramos la compasión y el amor de Cristo. Este acto de consolar y acompañar a otros en sus sufrimientos es una manera poderosa de ministrarles.
Dios utiliza nuestras experiencias de sufrimiento y consuelo para Su gloria. Cuando ministramos a otros que están sufriendo, mostramos al mundo el amor y la compasión de Cristo.
2. Reinar en Medio del Sufrimiento a través del Evangelio de la Gracia
El Evangelio de la gracia de Dios nos capacita para reinar en medio del sufrimiento, no mediante nuestra fuerza humana, sino a través del poder de la gracia divina que opera en nosotros. La gracia de Dios no solo nos salva y nos justifica, sino que también nos da el poder para enfrentar el sufrimiento con una actitud victoriosa, reinando sobre las circunstancias en vez de ser vencidos por ellas.
Dios nos llama a compartir en el sufrimiento de Cristo, pero también en Su victoria y Su reino. El sufrimiento se convierte en el terreno donde aprendemos a reinar con Cristo, mostrando el poder del Evangelio en nuestras vidas.
2 Timoteo 2:12: «Si sufrimos, también reinaremos con él; Si le negáremos, él también nos negará.»
Este versículo establece una relación directa entre el sufrimiento y el reinar con Cristo. A través del sufrimiento, participamos en la victoria de Cristo, aprendiendo a ejercer autoridad espiritual y a confiar en Su soberanía.
Romanos 8:17: «Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.»
Somos llamados a ser coherederos con Cristo, lo que incluye sufrir con Él. Este sufrimiento no es en vano, sino que tiene el propósito de prepararnos para ser glorificados y reinar con Él.
La gracia de Dios es más que un favor inmerecido; es un poder transformador que nos sostiene y nos capacita para enfrentar el sufrimiento con esperanza y victoria.
2 Corintios 12:9: «Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.»
La gracia de Dios es suficiente para nosotros, especialmente en medio de nuestra debilidad y sufrimiento. A través de la gracia, el poder de Cristo se manifiesta en nosotros, permitiéndonos reinar sobre nuestras circunstancias.
Romanos 5:17: «Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.»
Aquellos que reciben la abundancia de la gracia de Dios están capacitados para reinar en vida a través de Jesucristo. Este reinado no depende de la ausencia de sufrimiento, sino de la presencia de la gracia que nos sostiene.
c. Vencer el Sufrimiento por el Poder del Evangelio
El Evangelio nos da el poder para vencer el sufrimiento porque nos asegura la victoria final de Cristo. A través de Él, somos más que vencedores y podemos enfrentar cualquier tribulación con la certeza de que nada nos separará del amor de Dios.
Romanos 8:35-37: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.»
Nada puede separarnos del amor de Cristo, y en medio del sufrimiento, somos más que vencedores. La victoria del Evangelio nos asegura que podemos reinar incluso en las circunstancias más difíciles.
Juan 16:33: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.»
Jesús nos advierte que enfrentaremos aflicciones, pero también nos asegura que Él ha vencido al mundo. Esta victoria nos da paz y confianza para reinar sobre el sufrimiento.
e. El Sufrimiento como Medio de Autoridad Espiritual
A través del sufrimiento, Dios nos da autoridad espiritual para ministrar y reinar en Su reino. Esta autoridad se obtiene cuando experimentamos Su gracia en medio del sufrimiento.
2 Corintios 1:5: «Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación.»
La abundancia del consuelo de Cristo en nuestras vidas nos da la autoridad para consolar a otros. Esta autoridad no solo es para consolar, sino también para reinar con la sabiduría y gracia de Dios.
El Espíritu Santo nos fortalece en nuestras debilidades, capacitándonos para reinar con poder en medio del sufrimiento. Nuestra dependencia del Espíritu nos permite vivir en victoria.
Efesios 3:16: «Que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu.»
Somos fortalecidos en nuestro hombre interior por el Espíritu Santo, quien nos capacita para reinar sobre el sufrimiento y las pruebas.
2 Corintios 4:16-17: «Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria.»
El sufrimiento momentáneo produce en nosotros una gloria eterna. Este «peso de gloria» es el resultado de reinar con Cristo en medio de las pruebas.
Conclusión
El sufrimiento, aunque doloroso, es una herramienta que Dios usa para enseñarnos a amar como Cristo, para consolarnos y, a su vez, equiparnos para consolar a otros. A través de nuestro dolor, aprendemos a ser más compasivos, misericordiosos y amorosos. Este proceso nos permite ser verdaderos discípulos de Cristo, reflejando Su amor y consuelo a un mundo que necesita desesperadamente Su toque sanador.
El sufrimiento no es el final de la historia para los creyentes. A través del Evangelio de la gracia, Dios nos da el poder para reinar en medio del sufrimiento, revelando Su gloria, amor y victoria en nuestras vidas. La gracia no solo nos sostiene, sino que nos capacita para vencer y reinar con Cristo, mostrando al mundo el poder transformador del Evangelio.