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«Un Mandamiento «

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Por Alfonso Ortiz

El mandamiento de Jesús de amarnos unos a otros no es simplemente una sugerencia; es una directiva central que resume toda la enseñanza bíblica. Este amor es el fundamento del evangelio, y en él se cumplen todas las leyes y los profetas.

El Perfecto Amor de Dios: Su Plan Redentor desde la Eternidad
La Biblia nos enseña que «el perfecto amor echa fuera el temor» (1 Juan 4:18). Este amor perfecto no es algo que podamos generar por nosotros mismos; es un don que proviene directamente de Dios, quien es amor en su esencia (1 Juan 4:8). Desde la eternidad, Dios siempre ha deseado que tanto en el mundo físico como en el espiritual se manifieste este amor perfecto. Para lograrlo, Dios tomó la iniciativa, dando el primer paso al amarnos primero, incluso hasta la muerte en la cruz.

Dios Nos Amó Primero
La Escritura nos dice que «en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados» (1 Juan 4:10). Este acto de amor supremo fue el primer paso de Dios para mostrar al mundo y a las huestes celestiales la magnitud de Su amor. Incluso en nuestra condición caída y pecaminosa, Dios no esperó a que nosotros lo buscáramos; Él tomó la iniciativa. Romanos 5:8 reafirma esto: «Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.»

El Pecado Original y el Plan de Dios
Aunque el pecado original trajo consigo la caída de la humanidad y la entrada del mal en el mundo, es posible considerar que incluso esto estaba dentro del plan soberano de Dios para revelar Su amor perfecto. Desde antes de la fundación del mundo, Dios sabía que la humanidad caería en pecado, y ya había dispuesto un plan redentor a través de Su Hijo Jesucristo, que es Dios encarnado (1 Pedro 1:20). El pecado original permitió que el amor de Dios se manifestara de una manera que no sería posible de otro modo: a través del sacrificio de Su Hijo, el mismo Dios en forma humana en la cruz.

El Amor de Dios Revelado en la Cruz
La cruz es la manifestación más clara y poderosa del amor perfecto de Dios. Jesús, Dios encarnado, murió en nuestro lugar, tomando sobre sí el castigo que nosotros merecíamos. En Juan 15:13, Jesús dice: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.» Este sacrificio no solo revela la grandeza del amor de Dios, sino que también echa fuera todo temor, ya que nos asegura que nada puede separarnos de Su amor (Romanos 8:38-39).

El Propósito Eterno del Amor de Dios
Desde el principio, Dios quiso que Su amor fuera conocido y experimentado tanto por los seres humanos como por las huestes celestiales. Efesios 3:10-11 dice: «Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor.

Jesús como Cumplimiento de la Ley
Cristo es el cumplimiento de la Ley. Jesús cumplió perfectamente la Ley en su vida, muerte y resurrección. Él es la personificación de la justicia y la perfección que la Ley demanda (Romanos 10:4). Todas las leyes, los rituales y los mandamientos del Antiguo Testamento apuntan hacia Cristo, quien es el único que podía cumplirlos completamente y reconciliarnos con Dios (Hebreos 10:1-10).

El Mandamiento del Amor como la Esencia de la Ley
Jesús resumió la Ley en el amor. En Mateo 22:37-40, Jesús dijo que todos los mandamientos se resumen en dos: amar a Dios con todo el corazón y amar al prójimo como a uno mismo. Este es el fundamento de toda la Ley y los Profetas.

Un Mandamiento Nuevo – Amar Como Jesús Nos Amó
Juan 13:34 «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.»
Jesús pronuncia este mandamiento durante la última cena, un momento crucial antes de su arresto y crucifixión. Él está preparando a sus discípulos para su partida y dejándoles una directiva esencial. Jesús no solo lo menciona una vez, sino que subraya la importancia de este amor en varias ocasiones, lo que indica que este mandamiento es central para la vida cristiana.

El Evangelio de la Gracia
Pero aunque Dios y el mismo Jesús nos dio el mandamiento de amar a Dios y al prójimo como a uno mismo como él nos ama, esto se convierte en un imposible por nuestra misma naturaleza de debilidad y por la ley del pecado que está en nuestros miembros. Por eso Cristo tuvo que venir morir y resucitar para mostrar su grande amor y traernos su gracia, que es el mismo Cristo dentro de nosotros, el si puede manifestar el perfecto amor, porque ahora
somos una nueva creación conforma a Cristo. La gracia de Dios, manifestada por Jesucristo, es la máxima expresión de amor (Juan 3:16). Este amor no se gana; es un don que Dios nos otorga y es un fruto del Espíritu Santo que está en nosotros. Nuestra respuesta a la gracia de Dios debe ser amar a otros de la misma manera que Cristo nos amó, como dice Efesios 4:32: «Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.» Así, extendemos la gracia que hemos recibido a otros a través del amor.
Gálatas 5:22-23 nos enseña que el amor es un fruto del Espíritu Santo. No es algo que podamos generar por nuestras propias fuerzas, sino que es el resultado de la obra del Espíritu en nosotros. El Espíritu Santo transforma nuestros corazones y nos capacita para amar de la manera en que Cristo lo hizo. Esto significa que obedecer a Dios y amar a los demás no es simplemente una cuestión de seguir reglas, sino de vivir una vida transformada por la gracia y el poder del Espíritu (Romanos 5:5).

La Necesidad de la Gracia
Es crucial enfatizar que nuestra justificación ante Dios no depende de nuestra capacidad para cumplir la Ley, sino de la fe en Jesucristo (Efesios 2:8-9). Ningún esfuerzo humano puede cumplir el estándar perfecto de Dios; solo la gracia de Dios a través de Cristo puede hacerlo. La vida cristiana no se basa en cumplir reglas para obtener el favor de Dios, sino en vivir bajo la gracia, donde Cristo ya ha cumplido la Ley por nosotros (Romanos 8:3-4).
Colosenses 1:27 nos recuerda que «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria». Es solo a través de Cristo en nosotros que podemos vivir una vida que agrada a Dios. No somos nosotros quienes vivimos esta vida, sino Cristo quien vive en nosotros (Gálatas 2:20). Es el Espíritu Santo quien nos capacita para vivir una vida que refleja el carácter de Dios, no por nuestros méritos, sino por su poder (Romanos 8:1-2).

El Peligro del Legalismo
El intentar cumplir la Ley para ser justificados puede llevar al legalismo, lo que aleja de la gracia. Gálatas 5:4 advierte que «de Cristo os desligasteis, los que por la Ley os justificáis; de la gracia habéis caído». Gálatas 5:1 dice: «Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud». El legalismo es un peligro real que puede hacer que dependamos de nuestras propias obras en lugar de la gracia de Dios.

El Amor como el Mayor Don

Pablo subraya en 1 Corintios 13:1-3 que, aunque poseamos dones espirituales, conocimiento, o incluso fe capaz de mover montañas, sin amor, nada somos. El amor es esencial para que cualquier obra o don tenga verdadero valor ante Dios.

«Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve» (1 Corintios 13:3). Este pasaje nos recuerda que el amor debe ser la motivación detrás de todas nuestras acciones como cristianos.

Amar a Nuestros Enemigos: La Cumbre del Amor Cristiano

Jesús enseñó que debemos amar a nuestros enemigos y orar por aquellos que nos persiguen (Mateo 5:44). Este es un mandamiento radical que trasciende el amor natural y muestra el amor divino en acción.

Este tipo de amor refleja la gracia de Dios, quien «hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos» (Mateo 5:45). Amar a nuestros enemigos es la mayor expresión de la naturaleza de Dios en nosotros, y es posible solo a través del poder del Espíritu Santo.

Conclusión: Una Vida de Amor y Gracia
Vivir una vida conforme a la voluntad de Dios no se trata de seguir una lista de reglas, sino de vivir en el poder del Espíritu Santo, quien nos capacita para amar como Cristo nos amó. Este amor, que es fruto de la gracia, cumple toda la Ley. Recuerda que no estás llamado a cumplir la Ley por tus propias fuerzas, sino a depender de la gracia de Dios que obra en ti a través de Su Espíritu. Reconozcamos la necesidad de la gracia de Dios y evitemos caer en el legalismo. En última instancia, estamos llamados a vivir en la libertad gloriosa de los hijos de Dios, una vida que refleja el amor, la gracia y la verdad de Jesucristo.

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